Palabras más, palabras menos: hablemos de adultocentrismo
Por Ángel Orozco
(English Version Bellow)
Eran finales de los noventa. 1997 para ser exactos. Estudiaba el primer semestre de la Licenciatura en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Es curioso, pero aun cuando estaba al tanto de que la mayoría de egresados y egresadas se dedicaban a la docencia, cuando me inscribí no consideré esa opción como profesión. De hecho, a la mitad de la carrera me enfoqué de lleno en el mundo laboral de las editoriales tomando cursos, talleres, diplomados, inclusive ya había concretado algo de experiencia como corrector de estilo, pero eso no dejaba dinero, no mucho, ya que era algo esporádico.
Necesitaba una fuente de ingresos más estable para realizar un viaje en verano y tuve suerte: una compañera de la licenciatura me comentó que dejaría un par de clases en la universidad donde trabajaba y me recomendó ante la dirección. Fui a la entrevista un viernes y el lunes ya estaba frente a un grupo. Al terminar mi primera clase entendí que en definitiva la docencia era lo mío. Lo amé.
Cuando uno se dedica a la docencia, entiende la importancia de la constante capacitación y actualización, tanto en lo teórico y metodológico como en lo tecnológico, pero también debemos reconocer que existen otras fuentes y aliados en nuestra formación, como el conocimiento empírico, la memoria y la experiencia, pero en mi caso no solo reproduzco dinámicas o consejos de mis antiguos profesores y profesoras que me enseñaron a valorar y disfrutar el conocimiento, intento reproducir la ética y la interacción dentro del aula. ¿A qué me refiero? Una característica en común entre los(as) educadores que me inspiraron, es que para ellos y ellas la voz y opinión de cada estudiante se valoraba y respetaba, jamás se ridiculizaba la opinión de nadie, y el preguntar y exponer tus dudas era algo positivo. Era un espacio seguro y eso en definitiva ayudaba a que la experiencia del conocimiento no se relacionara únicamente con el estrés, la presión o el miedo a la burla.
Recuerdo haber sido un alumno de preparatoria muy apático ante la idea de las tareas y exámenes. Hoy entiendo que parte de mi renuencia se debía al miedo a ser juzgado y evaluado, sobre todo por personas que se consideraban moralmente superiores a mí solo por mi corta edad, quienes además abiertamente minimizaban mi visión del mundo ridiculizando mis opiniones, mi forma de vestir y la música que escuchaba. Como joven, como estudiante, intentar dialogar con alguien que tiene esa actitud es como hablar con un muro. Y así es como se expresa el adultocentrismo. Una noción del mundo donde solo la opinión de las personas adultas tiene validez. Bajo esta perspectiva la voz de un niño, niña o joven es sinónimo de inexperiencia, inmadurez e ignorancia.
Según la Secretaría de la Cultura (México), el adultocentrismo se presenta “cuando las personas adultas consideran que son superiores a niñas, niños y adolescentes en los espacios en los que conviven e interactúan cotidianamente como la casa, la escuela y la comunidad.” Y no es un tema que debamos tratar a la ligera o dejar en segundo plano. Las consecuencias que trae consigo el adultocentrismo no son mínimas ni pasajeras, como también lo expresa la misma dependencia: “…afecta los derechos humanos básicos de niñas, niños y adolescentes al discriminar, subordinar y relegar sus ideas, propuestas y sentimientos solo por el hecho de tener una edad menor, lo que a largo plazo generará relaciones asimétricas, además de reproducir y perpetuar el autoritarismo.”
Una de las razones por las cuales me identifico con la ética y visión de BYTE, inclusive antes de ser parte del equipo de facilitadores, es porque en los talleres que se ofrecen a niñas, niños y jóvenes, existe una conciencia clara y siempre presente de la importancia de expulsar el adultocentrismo, la discriminación, la violencia y la intolerancia en cualquiera de sus presentaciones. Todos los facilitadores y facilitadoras de BYTE están al tanto que antes de impartir un taller se debe crear un espacio seguro, lúdico y horizontal, creando así el ambiente perfecto no solo para transferir conocimiento, sino también el interés y la pasión por el conocimiento mismo.
La realidad es que pocos sistemas educativos se preocupan por las consecuencias del adultocentrismo, inclusive hay una gran cantidad de personas dentro de la educación que ni siquiera conocen el término. La enseñanza de arte, la cultura y el deporte, no puede seguir bajo premisas como “la letra con sangre entra” o “si no duele no cuenta”. No olvidemos que la violencia en los espacios escolares no se limita solamente al acoso escolar entre alumnos. El adultocentrismo es también un tipo de violencia.
More words, less words: We are talking Adultcentrism
By Ángel Orozco(Translated by Yulissa Leyva and Grace Sluga)
It was the end of the 90’s. 1997 to be exact. I was studying the first semester of my degree in Hispanic Literatures at the University of Sonora. It is curious, but although I knew that the majority of graduates were dedicated to teaching, when I registered I did not consider this option as a profession. In fact, in the middle of my career I focused fully on the working world of the publishing companies, taking courses, workshops, graduates, including already some experience as a copy editor, but this did not provide money, not much, since it was something sporadic.
I needed a more stable source of income to make a summer trip, and I was lucky: a fellow graduate told me that she was leaving a couple of classes at the university where she worked and recommended me to the management. I got an interview on a Friday, and on Monday, I was already in front of a group. When I finished my first class, I understood that teaching was my thing. I loved it.
When one dedicates themselves to teaching, they understand the importance of constantly training and updating, as much in theory and methodology as in the technological, but we should also recognize that other sources and allies exist in our formation, like empirical knowledge, memory and experience, but in my case not only reproducing dynamics or advice from my former professors that taught me to value and enjoy knowledge, I intend to reproduce the ethics and the interactions inside the classroom. To what do I refer? One characteristic that is common among educators that inspires me is that for them the voice and opinion of every student is valued and respected, no one’s opinion was ever ridiculed, and to ask and expose your doubts was something positive. It was a safe space and this definitely helped the experience of knowledge that was not related solely with stress, pressure, or the fear of mockery.
I remember being a very apathetic high school student when it came to the idea of homework and exams. Today I understand that part of my reluctance was due to the fear of being judged and evaluated, especially by people who considered themselves morally superior to me just because of my young age, who also openly minimized my vision of the world by ridiculing my opinions, the way I dressed and the music I listened to. As a young person, as a student, trying to dialogue with someone who has that attitude is like talking to a wall. And that is how adultcentrism expresses itself. A notion of the world where only the opinion of adults is valid. From this perspective, a child’s voice or young person is synonymous with inexperience, immaturity, and ignorance.
According to the Secretary of Culture (México), adultcentrism presents “when adult people consider themselves superior to girls, boys, and adolescents in the spaces in which they coexist and interact on a daily basis, such as the home, school, and the community.” And this is not a theme that we should treat lightly or leave in the background, The consequences that adultcentrism brings are not minimal nor fleeting, as the same dependency expresses it: “...it affects the basic human rights of girls, boys, and adolescents to discriminate, subordinate, and relegate their ideas, proposals, and feelings only because they are younger, which in the long term will generate asymmetrical relationships, and will also reproduce and perpetuate authoritarianism.”
One of the reasons why I identify with the ethics and vision of BYTE, even before being part of the team of facilitators, is because, in the workshops offered to children and youth, there is a clear and ever-present awareness of the importance of expelling adult-centrism, discrimination, violence, and intolerance in any of its presentations. All BYTE facilitators are aware that a safe, playful, and horizontal space must be created before teaching a workshop, thus creating the perfect environment to transfer knowledge and the interest and passion for knowledge itself.
The reality is that few educational systems worry themselves about the consequences of adultcentrism, including a large number of people inside of education who have never learned the term. The teaching of art, culture, and sports can not follow premises such as “the letter with blood enters” or “if it does not hurt it does not count.” We can not forget that the violence in scholastic places is not limited only to bullying among students. Adultcentrism is also a type of violence.