HACIENDO MEMORIA
Por Ángel Orozco
Cuando entré a la universidad a estudiar la Licenciatura en Literaturas Hispánicas allá en 1997, a pesar de que las estadísticas expresaban que la mayoría de egresados y egresadas se dedicaban a la docencia, yo tenía claro que el ser profesor no estaba en mis planes. Hasta que, a mitad de la carrera, necesité dinero para un viaje y acepté impartir una clase.
En mi primera sesión solo tuve dos alumnos. Esto fue dentro de una carrera técnica relacionada con la administración y donde impartí la clase de Ortografía y Redacción. Recuerdo mis manos sudando como nunca, el nerviosismo torturándome y el destino divirtiéndose con mi situación, sobre todo al haber negado tantas ocasiones que yo no sería un profesor, y no porque no apreciara o valorara la profesión, de hecho, es una profesión que he admirado desde mi infancia (quizá hasta idealizado), pero no me sentía ni con las herramientas ni con el conocimiento, y mi propia incursión implicaba, hasta cierto punto, una falta de respeto.
Como dije, mis manos sudaban como nunca, la voz me jugó más de una broma al quebrarse casi cómicamente en varias ocasiones, y para colmo, la clase que había preparado para que durara al menos 45 minutos, terminó en 15. A pesar de esto, al final no solo aproveché la hora completa, sino que convencí a mis dos alumnos sobre la importancia de la ortografía y la correcta redacción. Así que el tiempo restante de la clase compartimos ejemplos y dudas generales.
Recuerdo la sensación de gratificación al poner un pie fuera del aula después de sonar el timbre, la emoción, la adrenalina, el placer de compartir una de las cosas que más aprecio y valoro: el conocimiento, y no solo eso, la respuesta de los estudiantes… ese día regresé flotando a casa, meditando y reflexionando sobre hacia dónde se inclinaría mi vida profesional después de esa experiencia, la cual fue todo un parteaguas.
De eso han pasado más de 20 años y el día de hoy, la emoción, la adrenalina, la gratificación, la pasión por el conocimiento y la pedagogía sigue vigente cada vez que termino una clase y veo en el rostro de una alumna o alumno el amanecer espiritual -del que hablaba Sócrates- cuando alguien adquiere un nuevo conocimiento.
Hoy, la experiencia de ser parte de organizaciones y proyectos como BYTE, Semilleros Creativos y Salas de Lectura, además de ser profesor de nivel bachillerato, me confirma que elegí el camino correcto, que el conocimiento, el arte, la educación en sí, tiene un valor social y logra un eco en la sociedad como agente de cambio, y debo decirlo, estoy orgulloso de ser parte de eso, de ser un vehículo, un facilitador dentro de estas instituciones y programas donde impera la libertad de cátedra y la lucha contra el adultocentrismo.
Les comparto un video realizado en un taller de Storytelling hace un par de años para integrantes de Semilleros Creativos y BYTE, el cual profundiza un poco más en el sentimiento e ideas que expresé en este texto, pero con una visión autobiográfica, donde las imágenes se complementan con las palabras.