¿Por qué no estudias algo de provecho?

Alexander is our Program Evaluator

Por Raúl Alexander Almogabar Robles

No es extraño escuchar en la vida cotidiana frases como: “para ganar dinero, hay que estudiar una ingeniería, derecho o medicina”, “qué bueno que saliste bien en expresión artística, pero ¿por qué no sales mejor en matemáticas?”, “estudiando arte no conseguirás trabajo”, “el arte no es de provecho”; o bien, “la carrera del futuro es (inserta cualquier cosa relacionada con procesos industriales”. Es preocupante que estas frases sean repetidas como credo por la sociedad, pero lo es más cuando lo hacen maestros y maestras de primaria, secundaria o preparatoria. 

Aun en las personas que repiten tales afirmaciones hasta el cansancio, alguna vez, en alguna ocasión, fueron conmovidas hasta lo más recóndito de sus corazones por las expresiones artísticas que han hecho millones de autores y autoras a lo largo de la historia. Novelas que nos han hecho llorar, libros que han inspirado movimientos sociales, murales que encarnan identidad nacional, danzas que hipnotizan, fotografías que capturan lo que nunca regresará, películas que causan sentimientos que la audiencia no estaba preparada para sentir. La misma docencia que ignora cómo las expresiones artísticas moldean la percepción que tenemos de la cotidianidad es una consecuencia de la automatización que es esperada en cada individuo, lo cual está relacionado con la idea de que somos máquinas que deben trabajar en ciertos oficios de “provecho” hasta que nuestros cuerpos envejezcan. Esto es con el fin de convertirnos en entes productivos con horarios controlados y emociones administradas. 

Si bien las expresiones artísticas también pueden ser capitalizadas, hay que recordar que son algo mucho más que una profesión. Son lo que nos hace ser humanidad. Son las que nos hacen dar cuenta del sentido de existencia que gozamos. Son las que nos hacen recordar que no somos engranes de una maquinaria que trabaja para aumentar el producto interno bruto de las naciones. 

Ante esto, la función social de BYTE no es menor. Más que ser un pasatiempo fuera de las labores escolares, acerca a jóvenes de todas las edades a entrar en contacto con lo más profundo que la humanidad puede ofrecer: el conocerse a sí misma a través de las expresiones. Acercándonos a la década de promoción del deporte y el arte, me fascina ver qué resultados tendremos con los y las jóvenes que se hacen partícipes de los cursos que nuestros instructores e instructoras imparten con ahínco. Me pregunto constantemente de nuestros cursos: ¿qué tipo de directores y directoras de cine saldrán?, ¿bailarines y bailarinas?, ¿muralistas?, ¿novelistas? También me pregunto sobre los y las artistas de BYTE: ¿qué tipo de emociones harán despertar, incluso sin que se den cuenta, a las personas que piensan que el arte no es de provecho? 


Caro Iniguez